viernes, 18 de julio de 2008

Con los dientes para afuera

Cuando lo conocí, yo estaba arrodillada en un almohadón con la funda medio arruinada, años después habría que cambiarlo. Pero cuando lo conocí, yo tenía puesta una remera fucisa y blanca, de lana pegajosa, y era verano entonces la remera se me pegaba y hacía calor, cuando lo conocí, porque las rodillas me transpiraban en el jean, apoyadas sobre el amohadón de funda blanca, arruinada.
Me acuerdo que nos reíamos y estaba mi prima, una de las mas grandes, que siempre usó remeras de Disney que le quedaban enormes y la hacían parecer mucho más chica de lo que era. Ahora debe tener como treinta y cuatro, está embarazada, y sigue usando remeras de Disney. Ella reía con una risa parecida a la mía, los dientes para afuera, como escupiéndola, lejos de toda seducción, y a mí me dolía la panza, que me picaba por la lana y quería escaparse de la diminuta musculosa.
Nos reíamos, y eso que yo con ella no me río mucho, por eso cuando me acuerdo que lo conocí, siempre me llama la atención acordarme de ella y su remera de Disney y nosotros riéndonos y él que entró. Ella que lo miró y entonces me hizo el comentario. Tal vez recién ahí empezamos a reirnos. Ahora se me mezcla la parte roja de la boca, arriba de los dientes, con un pelo rubio azabache, no demasiado limpio, despeinado, atado en una colita desprolija, como el mío, morocho, no demasiado limpio, rodeado de una gomita a la que le habían quedado pelos alrededor, imposibles de sacar, ni siquiera con tijera. Se me mezcla la remera de Disney y él que llegó, buzo con el logo de adidas, diciendo hola con esa voz y ella que se largó a reír y ella que se reía y yo, sobretodo yo, que en esa época me reía, usaba musculosas diminutas en verano, dejaba que se escape mi panza, me desnudaba, comía, bailaba a explotar haciendo licuados espantosos mezclados con alguna bebida blanca, me sentaba enfrente de ella, aquella otra morocha, y sin ningún reparo le hablaba de mí, veía como se le deformaban los ojos y como se le torcían los labios y como miraba hacia la ventana, hacia su patio, como queriendo escaparse como queriendo irse o correr para siempre de ahí y de mí, pero yo no me daba cuenta. En esa época no me daba cuenta y pensaba que escribir era hablar de suicidios, muertes o asesinatos. De maestras humildes que habían dejado el tiempo pasar y ahora se arrepentían frente a una sombra en un charco de sangre. Y vivía mientras pensaba que escribía o viceversa, siempre con la panza al aire, siempre desnuda, riendome así, sin arreglarme la colita, sin usar el peine después de la ducha, pasándome la mano por encima del pelo mojado ayudada sólo por la crema de enguaje.

Esa fue la época en que lo conocí, cuando aquella otra simulaba ser mi amiga escuchandome con bronca en el living de su casa, cuando mi prima sonreía con los dientes para afuera, y con la remera de disney se parecía tanto a mí, grotesca con remera de lana y jean en enero, con la risa que surgió cuando llegó él, con su buzo de adidas, alto y despreocupado, cuando dijo hola, nos dijo hola, y mi prima, que ahora tiene como treinta y cuatro años y está embarazada pero ahí era como yo, me miró y me dijo: "Es un nene".

Y nos reímos. No sé porqué, nos reímos. Con los dientes para afuera, ridículas y grotescas, nos reímos como si supieramos.

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